Comentario
La figura de Hernán Cortés y su gran empresa, la conquista de México, son acciones históricas envueltas, de raíz, en la polémica de su propia realidad. Esa polémica tiene tres puntos destacados: el de su contenido, que se refleja en la realidad de la época; el de su contraste con el mundo indígena mexicano y, sobre todo, en la diferencia de la respectiva identidad cultural; finalmente, la discusión historiográfica iniciada desde que Bernal Díaz del Castillo consideró oportuno y necesario escribir su Verdadera Historia -cuyo título ya suponía un considerable desafío respecto a la idea de la fama cortesiana- ante las opiniones expuestas en su obra por el historiador, y capellán de Cortés, López de Gomara.
Las tres vertientes de esta polémica se han complicado posteriormente -sobre todo en México- a través de la profunda discusión en torno al problema de la cultura mexicana, en las radicales posiciones de hispanistas e indigenistas, un capítulo más del trauma de la historia mexicana, que son las luchas entre liberales y conservadores. Resultado de todo ello ha sido que, en la personalidad y la actuación histórica de Cortés, se ha destacado más lo accesorio que lo fundamental; en muchas ocasiones, se ha dado mayor realce a lo trivial que a lo verdaderamente decisivo.
El sentido político de Cortés tiene que ser comprendido mediante parámetros humanísticos, jurídicos, eidéticos, que hagan posible acceder a su sentido de la prudencia, su capacidad de previsión, sus dotes diplomáticas, su impulso creador y, sobre todo, su profundo ideal de servicio a la Corona, tendiendo ésta como la encarnación misma de España. Todo eso puede apreciarse en las Cartas de Relación, que se publican ahora, como un gozo para la lectura cómoda, del riesgo de un puñado de españoles que, bajo la experta dirección de Cortés, integraron toda una alta cultura indígena, de fuerte signo militarista, en la Corona de España.